sábado, 26 de abril de 2008

Dr. Pepe.












Lo había decidido cuando a los cinco años trepó a una ventana del hospital de su barrio y vio cómo un doctor le aplicaba una inyección en el brazo a un chico que lloraba. Los que iban con él, pibes también le dijeron que mirara el cartel que decía " Vacuna". No entendió bien eso de vacuna, pero la cosa le gustó y ese día se prometió que sería doctor.
En la casa hablaban un dialecto italiano que le complicaba bastante en la escuela, mas con su memoria privilegiada de todos los tiempos, en sus cuadernos no habían faltas de ortografía. Las maestras del pobrecito colegio en el que hizo la primaria, tan pobre y tan humilde como el barrio, lo paseaban por las aulas por ser el más lindo y el más bueno. En su cara mate brillaban dos ojos negros pequeños, penetrantes, pícaros, con un fulgor particular. La cabecita parecía hecha con compás, por su redondez perfecta sostenida por un cuerpo chiquito, delgado, flexible como un junco.
En el equipo de fútbol de su barrio ocupaba siempre el arco. Fue arquero hasta cuando ya médico jugaba en el equipo de su hospital contra otros hospitales. Volaba, palomita en el aire, graciosamente con sus manos delicadas de dedos finos, nervudos, que no cuidó jamás.
Tampoco lo hizo con su vida pero sí con las familias del barrio que lo vio nacer y las de los que atendía en los hospitales en que hizo su carrera hasta llegar a jefe de guardia.Lo llamaban doctor Pepe, sobrenombre y nombre a la vez. Así era conocido.

El Dr. Pepe. Y él respondía al nominativo con la llaneza propia del que se decía a sí mismo, yo no soy médico del hospital, soy un empleado municipal. Acostumbraba a hacer una distancia efímera y primera con sus pacientes, que duraba el tiempo de traspasar la puerta del consultorio e inmediatamente se convertía en el solucionador del problema médico o familiar, según fuera el caso.

El leiv motiv del Dr. Pepe era"tengo que" y ese tengo que, hacía que su vida estuviera al servicio de los demás las 24 horas del día. Esa vida que convirtió en una guardia permanente de 24 horas todos los días de su vida, anque los domingos. Además de Dr. Pepe, cariñosamente le decían Superman, cuero crudo, Doc, Pepito, Jefe.Infinidad de anécdotas lo pintan de cuerpo entero. Algunas muestran la humilad para ejercer la profesión, otras su fuerza para ponerla en práctica, otras el impacto que producían sus diagnósticos certeros.
Sólo pudo volterlo el cáncer veloz y arteramente, que lo sacó de su "tengo que hacer". Quizás por conocerlo tanto, se pueda creer en la fascinación que este hombre me produjo durante 61 años, pero la he compartido con cuantos lo conocieron. Un homenaje para vos, mi amor de toda la vida, Dr. Pepe.